lunes, 3 de abril de 2017

ESPAÑA Y LOS ESPAÑOLES

El pasado mes de Marzo, un programa de la televisión pública vasca, “Euskalduna naiz, eta Zu” (Soy vasco, y tú…) desataba la polémica; el programa preguntaba a varias personas de la cultura nacionalista vasca sobre lo que les sugería la palabra “España” y “los españoles”, y las respuestas que éstos daban resultaron estar plagadas de incomprensibles tópicos y de cierta visión de lo “español” ridícula y reduccionista. Alguien, en el citado programa, llegó a comentar que “España” se llamaba así porque el nombre de “Mongolia” estaba ya cogido; “los españoles”, por lo demás, serían “fachas”, “paletos”, “chonis”, “catetos” e “ignorantes”. Vaya por delante que, a mí, particularmente, estos ejercicios del sentido del humor me parecen perfectos; nadie debió escandalizarse por la emisión del programa y nadie, nunca, debió pedir la retirada de éste; cuando la libertad de expresión está en juego (ahora más que nunca, y sino que se lo pregunten a mi buena amiga Casandra), no conviene perder de vista la perspectiva del asunto y lo que éste, sin lugar a dudas, conlleva. No obstante creo que, las buenas gentes que respondieron a las preguntas de “Euskalduna naiz, eta Zu” deberían ampliar sus estrechas miras, viajar por España y por sus gentes y por su literatura, y modificar así su visión reduccionista y simplista; desde este humilde blog me voy a permitir aconsejarles la lectura de “España y los españoles” (Lumen), de Juan Goytisolo; una vez llevada a cabo la lectura de este imprescindible texto ya pueden echarse al monte y viajar por la piel de toro de un país tan plural y complejo como todos los países del mundo. A propósito de la comprensión de “lo ajeno” (y estoy dando por hecho que los vascos que respondieron a las preguntas de “Euskalduna naiz, eta Zu” no se sentirían españoles algo que, mucho me temo, no se correspondería con la realidad), escribe Ana Nuño en el prólogo de “España y los españoles”: “Si damos por válidas las tesis de Tzvetan Todorov en un conocido ensayo, los franceses conciben dos modos de aceptar lo ajeno. En función del mayor o menor grado de diferencia con los propios que exhiban los rasgos culturales del extraño, los franceses aceptarán a éste en la medida en que lo que distinga sus respectivas costumbres tienda a cero, o bien, por el contrario, apreciarán preferentemente aquella cultura que manifieste la mayor distancia posible respecto de las idiosincrasias francesas. La primera clase de xenofilia, característica del patriotismo, es propia de quien ve en su propio estado el modelo paradigmático de toda cultura y busca o proyecta en los otros sus peculiaridades, y el autor búlgaro sitúa su origen en una «regla de Herodoto» inferida de la descripción por el historiador griego de los hábitos de los persas en sus tratos con otros pueblos. En cuanto al impulso que lleva a buscar y aceptar antes lo lejano que lo próximo, Todorov atribuye uno de sus posibles orígenes al Homero que, en la Ilíada, hace de los conjeturales abioi, cuyo nombre mismo denota un extrañamiento radical de cualquier forma de vida, «los hombres más justos que haya». Este segundo modo de aceptación del y de lo extranjero vendría a ser el cañamazo de todas las manifestaciones del exotismo”. Por el maravilloso libro de Juan Goytisolo desfila lo mejor de la historia de España: Don Quijote y don Juan sellan un pacto de caballeros ante la mirada asombrada de la Celestina, mientras el mundo visionario de Goya ilumina los restos olvidados de la España de las tres culturas; Unamuno viaja por Castilla narrando su alma trágica y Hemingway se toma un pacharán contemplando los divertidos encierros de Pamplona; Gerald Brenan viaja por las Alpujarras y escribe las mejores páginas que se hayan escrito nunca sobre el laberinto español, la Guerra Civil y la cruenta postguerra.
Que haya tenido que ser precisamente Goytisolo (alguien que precisamente por el carácter cainita de ciertos españoles decidió muy pronto abrazar el exilio y abandonar España sentando su base de operaciones en la ciudad marroquí de Marraquech), quien escribiera este magnífico libro, explica muy a las claras las diferentes maneras posibles de ser español. Si algunos vascos identifican a José María Aznar como el típico paradigma de lo español, no deberían olvidar a esos cientos de miles de madrileños que, en el inicio de la invasión de Irak, se manifestaron en contra de sus políticas; y, sí, eran también españoles: militares, abogados, monjas, comunistas, cristianos… Además, se puede ser español de muchas maneras y no es preciso, de ningún modo, haber nacido precisamente en España para decidir serlo. Uno de los mejores españoles que conozco, precisamente, es el bueno de Ian Gibson; nacido en Dublín, Ian, conocido por sus trabajos biográficos sobre Federico García Lorca, Salvador Dalí, y Antonio Machado, así como por obras sobre la Guerra Civil española y el régimen del general Franco, decidió nacionalizarse español en 1984. Ahora disfruta sus días en el madrileño barrio de Lavapiés, donde a veces coincidimos en la explanada de la Plaza de Nelson Mandela, en compañía de esos magníficos negros africanos que, por el simple hecho de residir ahora en España son y serán, en el presente y en el cercano futuro, ciudadanos españoles.

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