lunes, 24 de abril de 2017

ROPA, MÚSICA, CHICOS

La vida es un breve nudo cósmico que se deshace en nuestras manos sin que podamos apenas evitarlo. Quizás la vida de Viv Albertine no tenga nada de extraordinario, pero la vida de Viv Albertine, contada por ella misma, con una claridad y una desnudez extrañas, resulta inesperadamente extraordinaria. “Ropa, Música, Chicos” (Anagrama), no es un libro complejo o complicado, no contiene acertijos herméticos o endiabladas tramas, no es oscuro y tenebroso como una tumba cerrada, no contiene enigmas indescifrables o mensajes indecidibles u ocultos. Y quizás ahí se encuentre la raíz del problema; quizás ahí se encuentre la tremenda dificultad que encuentro en hablar del libro de Viv Albertine. ¿Qué se puede añadir a lo ya dicho?, me pregunto. ¿Qué se puede decir de una vida que, en su totalidad, ya ha sido comentada y expresada? Todo en “Ropa, Música, Chicos”, de Viv Albertine, es diáfano y transparente, todo es viveza y sinceridad arrolladoras, todo es brutalmente honesto: sangre y vísceras, sudor y lágrimas. Y quizás por ello me resulte tan dificil hablar del libro de Viv Albertine. Como los viejos elepés, “Ropa, Música, Chicos” tiene una cara A y una cara B. La primera podría titularse “Sexo, drogas y punk”. La segunda, “Hay vida después del punk”. Viv Albertine llega a Londres en 1958 con cuatro años, procedente de Sidney. Las memorias de Viv Albertine arrancan con su infancia y adolescencia, entre descubrimientos musicales, conciertos, primeras escapadas y primeras experiencias adultas. A finales de los setenta, dos encuentros lo cambian todo: conoce a Mick Jones y descubre a Patti Smith. A partir de ahí, Viv Albertine se integra en la emergente escena punk y vive en primera línea aquellos años de revuelta, provocación y excesos: los Sex Pistols, Malcolm McLaren, Vivienne Westwood, los Clash, Sid Vicious y Johnny Thunders, la formación del grupo de chicas The Slits, en el que toca la guitarra, los locales míticos, el Soho, con sus cines porno y sus clubs, los conciertos salvajes, la heroína, las peleas con skinheads, el descubrimiento del free jazz y la gira con Don Cherry…, hasta que a principios de los ochenta su banda se disuelve. Arranca entonces la cara B, con la necesidad de reinventarse, el interés por el cine, un aborto, una hija, el cáncer, el divorcio y su nueva situación como mujer madura, tema al que dedica una canción: “Confessions of a MILF”.
Escribe Simon Frith en “Música e identidad” (Cuestiones de identidad cultural, Stuart Hall y Paul du Gay compiladores. Amorrortu): La actitud más corriente en estos días es asociar la búsqueda de la homología a la teoría de la subcultura, las descripciones del punk o el heavy metal, por ejemplo; pero el supuesto ajuste (o falta de ajuste) entre los valores estéticos y sociales tiene una historia mucho más prolongada en el estudio de la cultura popular. Esto dice T. S. Eliot sobre Marie Lloyd: «Lo que la elevó a la posición que ocupaba al morir fue su comprensión del pueblo y la simpatía que sentía por él, y el hecho de que el pueblo reconociera en ella la encarnación de las virtudes que más auténticamente respetaban en la vida privada (...) Yo la califiqué de la figura expresiva de las clases bajas». Las primeras “figuras expresivas” de Viv Albertine (un claro ejemplo de la vida vivida por las clases bajas londinenses de las décadas de los 60’ y 70’ del siglo XX) fueron Beatles (sobre todo John Lennon) y Kinks; después todo se desencadenaría en el tiempo y los héroes y las figuras expresivas se irían sucediendo hasta que la propia Viv Albertine coronase su propia experiencia y encontrase en los escenarios del punk una manera de justificar su propia vida. En el fondo, pienso, la música nos hace y la música nos deshace; la música nos hace un breve nudo cósmico que luego nos vemos obligados a deshacer, para volver de nuevo al breve nudo cósmico, y así eternamente. Como escribe Gina Arnold, en “Route 666. On the Road to Nirvana”: «Henry Rollins dijo una vez que la música existe para amueblar nuestra mente, ‘porque la vida es tan cruel y la televisión tan vil’». O como escribió Anthony Storr, en “Music and the Mind”: «Llegar a ser lo que somos es un acto creativo comparable a la creación de una obra de arte». Eso, exactamente, es lo que cuenta Viv Albertine en sus memorias: el acto creativo de toda una vida, la creación de una obra de arte. No es fácil, empero, ser malo cuando suena la música.

No hay comentarios:

Publicar un comentario