jueves, 20 de abril de 2017

EL LUGAR DEL CRIMEN

“Intentó faltar a la verdad, a pesar de lo mucho que esperaba de ella. Las noticias, sin embargo, más allá de los pequeños trastornos domésticos, no eran buenas. Él, algo embriagado, hubiera escrito: “estoy contento de que te interpusieras en mi camino”; pero el crimen no admitía, en honor a la verdad, andarse con juegos o metáforas. Nada que sonara a falso, a mentira, a falta de afecto; nada que sonara a nada fuera de contexto. Y él sentía la obligación de ser real, real por un momento (And what can I tell you my brother, my killer, What can I possibly say?), cuando el verdadero crimen se había cometido a tan sólo unos cientos de kilómetros (¡Mi madre no existe –gritaba aún el asesino-, mi madre no existe!). Y él deseaba poder explicárselo a todos y explicárselo a sí mismo, como quien muestra las pruebas inequívocas de un diagnóstico infantil equivocado; como quien vive todavía trabajando (intercambiando) herramientas de la infancia”. Y, sí, las primeras noticias de un crimen, desde Frigiliana, me llegaron a finales de octubre de 2007. La compañera de Jorge, una maestra en excedencia mayor que él con la que llevaba ya tiempo conviviendo, era asesinada por su hijo; al parecer, éste sufría de esquizofrenia y había dejado de tomar la medicación; al parecer, se quedó solo con ella en casa y la mató de una terrible cuchillada. Si Jorge era mi hermano, mi ‘asesino’ (él se acostó con mi chica, allá por el año 1981, cuando yo estaba aún en el ejército), con lo que Frigiliana era ya, antes del asesinato de la maestra, un lugar predestinado al asesinato, el crimen del 25 de octubre de 2007 iba a demostrarme que la sangre brota siempre del lugar más amable, que el azar distribuye su ración de sangre a los putos inocentes sin que nada, ni nadie, lo evite o lo remedie. Todavía aún hoy puede leerse en Diariosur.es la reseña de la noticia: “Un joven esquizofrénico acuchilla y mata a su madre y se entrega. El presunto agresor, de 26 años, telefoneó a su padre para confesarle lo que había hecho y después se presentó en el cuartel de la Guardia Civil de Nerja, donde quedó detenido. La víctima, una profesora sexagenaria en excedencia, falleció tras recibir una puñalada en el vientre”. Y, bueno, en principio Frigiliana no parecía un lugar predestinado al asesinato. Situada en la comarca de la Axarquía, la región más oriental de la provincia de Málaga, cuando yo la conocí Frigiliana era un lugar tranquilo, amable, un lugar accesible desde el Aeropuerto de Málaga-Costa del Sol a través de la autovía del Mediterráneo, en dirección Almería, a unos 60 kilómetros de distancia. Cuando yo la conocí, Frigiliana estaba aún a salvo del turismo salvaje, aunque ya se dejaban ver algunos signos de alarma, como la construcción de un mega-complejo comercial que iba a alterar, en un futuro cercano, la calidad de su ambiente y la tranquilidad de su espíritu.
Y, bueno, si alguien ha pensado, al llegar hasta aquí, que, con el crimen de la maestra, con el asesinato de la compañera de Jorge (mi hermano, mi ‘asesino’), se habían acabado los sucesos luctuosos con Frigiliana como escenario, estaba equivocado. Algunos años después (no puedo situar bien en el tiempo el suceso; trataré de explicarlo luego), un nuevo crimen iba a llenar de roja sangre el alma de un ser querido, Agustín, mi cuñado eterno, caído en el acto de combate de la vida, asesinado, al parecer, por una verdadera tontería. A diferencia del asesinato de la compañera de Jorge, de la maestra en excedencia, he intentado localizar en Google alguna reseña al asesinato de Agustín, alguna reseña en Diariosur.es o en algún diario malagueño, pero me ha sido completamente imposible. Así que, lo que a continuación relato es tan sólo fruto de mi cascada memoria, que, por aquellos años no se encontraba en el mejor de sus momentos. Al parecer, a Agustín lo mataron en un cruce de caminos, entre los cortijos que rodean las pequeñas montañas de la Axarquía, en Frigiliana; nadie puede asegurar a ciencia cierta cuál fue el motivo de la discusión (o me imagino que sí, pero ese no es el motivo de este texto); pero el hombre con el que Agustín discutía le propinó un fuerte golpe en el estómago, algo, al parecer, no demasiado importante, pero que acabó costándole la vida. Agustín, al parecer, se desangró por dentro, y nadie pudo evitarlo; algo, dentro de él, decidió romperse del todo, y Agustín nos dejó en silencio, sin que nada, ni nadie, pudiera evitarlo o remediarlo. Ahora, cuando escucho a su amado Frank Zappa, a mi ignorado Frank Zappa de su tiempo, me pongo eternamente triste. Y, sí, no puedo evitarlo, echo de menos a Agustín, echo de menos aquellos terribles tiempos en que discutíamos por cualquier cosa, pero en los que permanecíamos unidos como una araña a su tela mágica, como una mariposa tecnicolor a su puta rosa. El 25 de noviembre de 2006, yo le escribía: “Llama Agustín desde Frigiliana, en el corazón de la Axarquía. La lluvia golpea con fuerza en la costa, cerca de Nerja, pero él y Susi están tranquilos, arriba en el monte, rodeados de tierra y árboles frutales. La temperatura es buena, pero han encendido la chimenea. El brillo y el sonido del fuego ilumina la soledad de las horas”. Y, bueno, quiero que sepas que yo te escribía estas cosas desde Night City porque yo, en el fondo, te envidiaba, te envidaba a ti, a Susi, y a toda Frigiliana. Caro Agustín: Whish You Are Here, ¡ojala estuvieses aquí! Tú no tendrías que haberte ido tan pronto; tú no lo merecías; otros lo merecíamos más que tú y, ¡ya ves!, continuamos aquí, en este infierno mundo, escribiendo esto que ahora escribo recordándote, malviviendo, escribiendo.

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