lunes, 6 de marzo de 2017

AMOS DEL UNIVERSO

Hace años que participo en una Tertulia de Filosofía. Creo que, a lo largo de todo este tiempo, he aprendido cosas verdaderamente importantes y también he aprovechado para desaprender cuestiones que no consideraba útiles para continuar en el juego de la vida. Siempre he pensado que acercarse a los textos filosóficos es imprescindible para saber a qué juego estamos en realidad jugando cuando decidimos extraviamos en el mundo de las versiones y de las interpretaciones infinitas; cuando, denostada por los poderes oficiales, la filosofía se nos presenta como la herramienta que puede hacer de nosotros personas verdaderamente críticas y libres. Hace ya algunos meses, en la comida que celebramos siempre una vez acabada la tertulia, uno de los comensales, un buen amigo al que considero una persona inteligente y suficientemente preparada, me comentó, no recuerdo bien a raíz de qué y en qué contexto, que el neoliberalismo no existía y que no había existido nunca. Me imagino que, ante esta declaración de principios, yo dibujé una pequeña mueca de perplejidad, y recuerdo que no quise entrar entonces en polémica y que decidí dejar el asunto aplazado para mejor ocasión. Con este recuerdo todavía muy vivo en mi memoria, hace unos días me encontré, en la edición digital de El diario.es, con un excelente artículo del periodista inglés de The Guardian George Monbiot. Monbiot, bajo el título de “Neoliberalismo: la raíz ideológica de todos nuestros problemas”, ofrece una imagen bastante acertada de la historia y de las prácticas y estrategias neoliberales que tanto hemos sufrido en nuestras propias carnes y que, Monbiot, como buen inglés que es, y de la mano de las políticas que en el Reino Unido llevó a cabo Margaret Thatcher, habrá sufrido, imagino, también en las suyas. No creo que nadie en su sano juicio pueda poner en duda la existencia del neoliberalismo. Otra cuestión es que, como bien señala George Monbiot, éste intente ejecutar sus planes desde la más completa invisibilidad y el anonimato, y que aquellos que practican sus políticas, o que intentan aplicarlas por encima de los intereses de la mayoría de los ciudadanos –y tenemos en España el caso, por ejemplo, de Esperanza Aguirre- nunca se declaren abiertamente neoliberales. El neoliberalismo, escribe Monbiot, “ha sido protagonista en crisis de lo más variadas: el colapso financiero de los años 2007 y 2008, la externalización de dinero y poder a los paraísos fiscales (los ‘papeles de Panamá’ son solo la punta del iceberg), la lenta destrucción de la educación y la sanidad públicas, el resurgimiento de la pobreza infantil, la epidemia de soledad, el colapso de los ecosistemas y hasta el ascenso de Donald Trump”. Y sí, estoy de acuerdo con Monbiot, el ascenso de Donald Trump –pienso- es también una causa indirecta de las políticas neoliberales. Tan imbuidos como estamos, aunque nos cueste creerlo, de la ideología neoliberal y, en general, de la vida que nos impone desde siempre el sistema capitalista, no caemos en la cuenta, a veces, de lo insoportable de sus consecuencias: la competencia como característica fundamental de las relaciones sociales, la consagración de las virtudes del “mercado” como productor de beneficios que no se podrían conseguir mediante la planificación, la reducción de las opciones democráticas de los ciudadanos que hace de éstos simples consumidores condenados de por vida a comprar y vender. Sin olvidar ese intento permanente de bajar los impuestos (sobre todo a los ricos), de reducir los controles y privatizar los servicios públicos, de entender a las organizaciones obreras, y a la negociación colectiva en general, únicamente como distorsiones del mercado que dificultan la creación de una jerarquía natural de triunfadores y perdedores, de presentarnos la desigualdad como una virtud, una recompensa al esfuerzo y un generador de riqueza que beneficia a todos, la pretensión de creer que una sociedad más equitativa es contraproducente y moralmente corrosiva, etc. Si lo miramos con detenimiento, resulta terrible lo que señala Monbiot: “no es sorprendente –escribe- que Gran Bretaña, el país donde la ideología neoliberal se ha aplicado con más rigor, sea la capital europea de la soledad”. Tengo buenos amigos españoles en Londres, que ahora sufren los efectos del Brexit y que, seguramente, confirmarían, si les pregunto, las ideas de George Monbiot. Nombres como los de Ludwig von Mises, Friedrich Hayek, Milton Friedman, etc., ideólogos y padres del neoliberalismo, ponen rostro humano a esta inhumana aventura que todavía sobrevuela sobre nuestras cabezas, a pesar de las constantes mutaciones que, a lo largo de todos estos años, han hecho posible que el capitalismo se perpetúe y que todos, a lo largo y ancho del mundo, continuemos bajo los efectos de este perverso sistema. Y relatos sorprendentes que, como “La doctrina del shock”, de Naomi Klein, demuestran que los teóricos neoliberales propugnan el uso de las crisis para imponer políticas impopulares, aprovechando el desconcierto de la gente. Por ejemplo, tras el golpe de Pinochet –escribe Monbiot-, la guerra de Irak y el huracán Katrina, que Friedman describió como una “Oportunidad” para reformar radicalmente el sistema educativo de Nueva Orleans. Es decir: cuando no pueden imponer sus principios en un país, los imponen a través de tratados de carácter internacional que incluyen “instrumentos de arbitraje entre inversores y Estados”, tribunales externos donde las corporaciones pueden presionar para que se eliminen las protecciones sociales y medioambientales. Cada vez que un Parlamento vota a favor de congelar el precio de la luz, de impedir que las farmacéuticas estafen al Estado, de proteger acuíferos en peligro por culpa de explotaciones mineras o de restringir la venta de tabaco, las corporaciones lo denuncian y, con frecuencia, ganan. Así, la democracia queda reducida a teatro. La bibliografía que sobre el neoliberalismo cita George Monbiot bastaría para, llegado el caso, hacer recapacitar a mi amigo sobre la existencia o no de este fenómeno. Tan sólo lamentar que algunos de estos interesantes textos no se encuentren traducidos al castellano. Yo, por mi parte, añadiría a esta lista el libro de David Harvey “Breve historia del neoliberalismo”, donde también podemos encontrar piezas jugosas de esta fúnebre historia en la que tan sólo somos marionetas en manos de hilos invisibles y anónimos. Antes citaba las mutaciones características del sistema capitalista para lograr perpetuarse aun a costa de los intereses de muchos de nosotros. En El diario.es también hemos podido leer el interesante artículo de Belén Carreño que, bajo el título de “El fin del capitalismo como lo conocemos”, sienta las bases para una comprensión futura de estas mutaciones que tendremos siempre que tener en cuenta para ser identificadas y anuladas a su debido tiempo. En otro post intentaré comentar el artículo de Belén Carreño.
Por su parte, creo que las últimas frases del artículo de George Monbiot no deberían caer en saco roto: “El triunfo del neoliberalismo –escribe Monbiot- también es un reflejo del fracaso de la izquierda. Cuando las políticas económicas de laissez-faire llevaron a la catástrofe de 1929, Keynes desarrolló una teoría económica completa para sustituirlas. Cuando el keynesianismo encalló en la década de 1970, ya había una alternativa preparada. Pero, en el año 2008, cuando el neoliberalismo fracasó, no había nada. Ese es el motivo de que el zombie siga adelante. La izquierda no ha producido ningún marco económico nuevo de carácter general desde hace ochenta años”.

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