martes, 21 de marzo de 2017

ÁNGEL DE ORIÓN (1)

Creo que fue José Tono Martínez, insigne filósofo de la escuela del Instituto de Ciencias Desconocidas de Londres, quien lo describió de la manera más acertada: “Si viviste los 80’, y te acuerdas, es que no los viviste”. Intentar ahora, con estos antecedentes, un desesperado ejercicio de memoria, resulta ciertamente arriesgado; nadie puede asegurar, a ciencia cierta, qué diablos hacía allá por 1980 y años posteriores, en qué endiabladas aventuras perdía el tiempo, a qué causas perdidas dedicaba todos sus esfuerzos, qué fracasos tenía reservados, cuántos amores locos quedarían grabados en la memoria, y en el cuerpo, a lo largo de los años, cómo acabaría todo, y, sobre todo, cuáles serían los restos definitivos de aquel maravilloso naufragio.
No recuerdo bien cuándo presencié mi primer concierto de Antonio Vega. Creo que fue en Leganés, en el Teatro Egaleo, pero no puedo precisar bien el año, ni las circunstancias que entonces acontecieron. Lo normal, entonces, cuando acudíamos a los conciertos, era hacerlo muy colgados, completamente borrachos y empapados en toda clase de sustancias, principalmente alcohol, hachís y anfetaminas. Lo único que conseguíamos, entre otras lindezas, era no disfrutar en realidad de la música, ni de las excelencias de la noche; supongo que lo pasábamos bien, pero no podría asegurarlo del todo. Por ejemplo: el 28 de abril de 1981 asistí verdaderamente emocionado al concierto que The Clash dio en Madrid, en el Pabellón del Real Madrid. El crítico musical José Manuel Costa publicó ese mismo día, en El País, esta breve reseña: “Esta noche actuará en el Pabellón del Real Madrid el grupo inglés The Clash, considerado por los críticos consultados por EL PAIS SEMANAL como el más significativo de 1980. Los Clash tratan de problemas sociales, políticos, de todo lo que les ponen por delante y les da la real gana. Muchas veces no saben de lo que hablan, pero ese es sólo uno más de sus encantos. Por otra parte, su música ha alcanzado un nivel de calidad superior y sus actuaciones son lo suficientemente salvajes como para compensar a quienes no pudieron escuchar a Springsteen”. Mi mala suerte hizo que, nada más comenzar el concierto, coincidiera con mi buen amigo Urko, que iba bien provisto de chocolate, y que no hizo ascos cuando le propuse que compartiera conmigo su droga macabra. El resultado: en cuanto me colgué del todo no pude acercarme hasta las primeras líneas de combate, al borde del escenario, como era mi deseo, a bailar la danza del pogo con otros ilustres punks del momento, quedándome inútilmente sentado como un idiota en las gradas del pabellón, viendo al camarada Joe Strummer de lejos, muy lejos, por lo que tampoco puedo decir con toda seguridad que estuve allí, no guardo demasiados recuerdos de aquella noche que se prometía fantástica y acabó en un absurdo mar de confusión y desorden. Me imagino que aquella noche en que Nacha Pop decidió tocar en Leganés, a principios de la década de los 80’, debió pasar lo mismo; nos pondríamos como siempre bien cargados y la música quedaría en un segundo plano. Tampoco puedo asegurar que coincidiera en más ocasiones con Nacha Pop, y con Antonio Vega; sólo guardo un ligero recuerdo de aquella noche en Leganés y nada más, una sombra profunda se extiende en la memoria en todo lo referente a aquellos primeros años de la Movida Madrileña. Quizás tuviera razón el bueno de José Tono: “Si viviste los 80’, y te acuerdas, es que no los viviste”. Ese es el encanto y la condena que queda de aquella experiencia; eso es todo lo que puedo añadir, en principio, sobre todo aquello.

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