lunes, 27 de marzo de 2017

LA HABITACIÓN DEL HIJO

¿Se puede escribir algo con sentido sobre una película que no se ha visto? ¿Qué se pretendería con ello, a qué extraño juego estaríamos jugando? La habitación del hijo (La stanza del figlio), el film que Nanni Moretti estrenó en el año 2001, narra las consecuencias que la muerte accidental de un hijo provoca en una familia pequeño-burguesa; la película ganó la Palma de Oro del Festival de Cannes. Una familia unida vive en una ciudad pequeña al norte de Italia. El padre, Giovanni; la madre, Paola, y sus dos hijos adolescentes: Irene, la mayor, y Andrea, el pequeño. Giovanni es psicoanalista. En su consulta, situada al lado de su apartamento, sus pacientes le confían sus neurosis, que contrastan con la calma de su propia existencia. Su vida se rige por una serie de costumbres o manías: leer, escuchar música, aislarse y agotarse haciendo largas carreras por la ciudad. Un domingo por la mañana, un paciente llama a Giovanni por una urgencia. No puede salir a correr con su hijo, tal y como le había propuesto; Andrea sale a bucear con sus amigos, pero no volverá. El duelo vivido por la familia y la búsqueda al sentido de la muerte del hijo marcará todo el desarrollo de la película. Siendo como soy un profundo enamorado del cine de Nanni Moretti, siempre he tenido la tentación de ver La habitación del hijo; pero siempre, cuando me lo he propuesto, he dado marcha atrás incomprensiblemente; o no tan incomprensiblemente. No sé si estoy preparado para vivir la historia que cuenta Morretti en su film, no sé si estoy preparado para vivir, aunque sea en la ficción, la experiencia de la pérdida de un hijo (aunque se trate de la experiencia de “otro”, de otra experiencia al fin y al cabo).
Cuando el cine, o cualquier objeto del arte, te tocan de cerca, las consecuencias de su proximidad pueden ser terribles. Aún recuerdo bien un episodio lejano de mi vida. Fue en 1980. Irene y yo acudimos a ver El crimen de Cuenca, la excelente película de Pilar Miró. Basada en hechos reales sucedidos a principios del siglo XX en los municipios de Tresjuncos y Osa de la Vega, en la provincia de Cuenca, El crimen de Cuenca es también el título del libro escrito por la guionista de la película, Lola Salvador Maldonado, en 1979 y en el que narra los hechos reales en los que está basada la película. La película tuvo problemas para ser estrenada, ya que se contó con la obstrucción del entonces ministro de Cultura, Ricardo de la Cierva, y con que los tribunales de justicia consideraron que “podía ser delictiva contra el Cuerpo judicial y la Guardia civil”. En 1981 el Tribunal Supremo finalmente autorizó la película, que causó un gran impacto en la sociedad española de entonces. Que un Ministro de Cultura, de nuestra recién estrenada democracia, entendiera que El crimen de Cuenca “podía ser delictiva contra el Cuerpo judicial y la Guardia civil”, habla muy a las claras de la pobreza política en la que aún vivíamos; para muchos, Franco aún no había muerto. No habían pasado ni 20 minutos de película, y cuando comenzábamos a ver, horrorizados, las escenas de tortura que la Guardia Civil infringía a los protagonistas de la historia, e Irene decidió abandonar la sala. Irene no había podido soportar la crueldad de los hechos narrada por Pilar Miró; pero es que, además, Irene tenía buenos motivos para no poder soportarla. El hermano mayor de Irene, Manolo, estaba entonces cumpliendo condena en la cárcel de Segovia; un extraño atraco en el que se vio implicado había dado con sus huesos juveniles en las celdas desoladas de la penitenciaria. Me imagino que Irene tenía razón. ¿Para qué sufrir inútilmente ante la experiencia de una obra de arte? Yo me imagino que, si veo al fin La habitación del hijo (y es posible que, finalmente, la vea), tendré que abandonar con urgencia la sala de proyecciones, o la oscuridad de la habitación donde visiono las películas que compro o que me bajo de Internet. Mi buen amigo Juan Carlos siempre me dice que soy muy afortunado, que a él le hubiera gustado mucho tener hijos. Y siempre me gusta contestarle que sí, que soy muy afortunado, sin duda, pero que tener hijos comporta también unas responsabilidades terribles. Nada duele más que un hijo, y ya no hablo de la posible pérdida de un hijo. Cualquier pequeño incidente en la vida de mis hijos me duele profundamente; cualquier accidente o suceso que altere sus vidas, cualquiera de mis actos que suelen ir dirigidos a destruir sus pequeñas certidumbres adolescentes, me duele profundamente. Me imagino que, finalmente, veré La habitación del hijo. El cine de Nanni Moretti, y mi experiencia como padre de dos hijos magníficos, así lo merecen.

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