jueves, 9 de marzo de 2017

LENGUAJE, PODER E IDENTIDAD

Hace ya algún tiempo, una buena amiga, en una conversación que se inició en los meandros de la Filosofía (ella lee a Habermas, y yo prefiero a Derrida) y que derivó, inexplicablemente, en una discusión sobre cuestiones políticas, me indicó, algo indignada porque yo acababa de utilizarla para intentar explicar el actual estado de las cosas, que la palabra “poder” era claramente masculina (heteropatriarcal), que las mujeres preferían utilizar otras palabras alternativas y que, en general, las mujeres eran mucho más creativas que los hombres en cuestiones políticas, que los hombres eran unos completos inútiles para resolver estos temas. Aunque yo quedé en su momento algo sorprendido, y aunque entiendo que las mujeres tienen una sensibilidad diferente, o especial, para tratar ciertas cuestiones, he intentado aclarar, aunque sólo sea para mí, esta posibilidad. También entiendo que las palabras, y los textos en general, no son neutrales, ni inocentes, que todos responden a cierta visión metafísica de las cosas, que pueden ser utilizadas de diversas maneras, que pueden ser contagiosas, etcétera. Como bien se apresuró a señalar Jacques Derrida, todo el pensamiento Occidental (palabras, textos) se basa en una idea centro: un origen, una Verdad, una Forma Ideal, un Punto Fijo, un Móvil inmóvil, una esencia, un Dios, una Presencia, que se suele escribir con mayúscula y que garantiza todo significado. Para Derrida, el problema de los centros es que intentan excluir y que al hacerlo ignoran, reprimen o marginan a otros (que pasan a ser lo Otro). En las sociedades en las que el hombre es la figura dominante, él es el centro, y la mujer es el Otro marginado, reprimido, ignorado. El deseo de tener un centro origina “opuestos binarios”, de los cuales un término es central y el otro, marginal. Además, los centros quieren definir o fijar el juego de los “opuestos binarios”. Hombre/mujer, espíritu/materia, naturaleza/cultura, caucásico/negro, cristiano/pagano, etcétera. Estos serían algunos ejemplos de “opuestos binarios”. En cuanto a “poder”, entiendo que yo tendría que encontrar ahora su “opuesto binario” para jugar a la deconstrucción del mismo, como aconsejaba Derrida, con el fin de descentrar el término y abordar una lectura que ante todo nos permita advertir la centralidad del componente central. Luego, intentar subvertirlo para que la parte marginada (si es que soy capaz de encontrar el “opuesto binario”) pase a ser la central o, al menos, queden ambas igualadas, dependiendo de hasta dónde queramos llevar la interpretación deconstructiva, con vistas a eliminar toda clase de jerarquía. Aunque a algunos este juego interpretativo pueda resultarles inútil, o extraño, o contradictorio, aplicado a cuestiones relevantes del juego de la vida puede resultar verdaderamente interesante. En cuanto a que “poder” sea una palabra exclusivamente masculina, yo creo que más bien sería un centro que puede excluir, en todo caso, a su “opuesto binario” y que puede ser utilizado, independientemente, tanto por hombres como por mujeres. Claro está que, si estamos de acuerdo en que el “poder” es aplicado mayoritariamente, en las cuestiones de la vida, por hombres, entonces, de algún modo, estaríamos de acuerdo con mi amiga, y no estaría de más revisar nuestros conceptos. En cuanto al posible “opuesto binario” de la palabra “poder”, ¿acaso podríamos entender como posibles “opuestos binarios” de “poder” los términos “sumisión”, o “subordinación”?
En “Lenguaje, poder e identidad”, Judith Butler, regresa a sus concepciones sobre la teoría performativa del sexo y de la sexualidad. Como todos sabemos, Judith Butler es una de las autoras fundamentales de la llamada “Teoría Queer”. Ya en su libro “El género en disputa” marcó un hito en los estudios de género y en la historia del feminismo, al cuestionar una especie de naturalización que habrían sufrido las categorías de “mujer” y de “homosexual” a partir de las políticas de la identidad de los años setenta y ochenta del pasado siglo. Estas tradiciones presentaban el género como algo secundario respecto a una verdad natural, el sexo. Butler, inspirada en los análisis de Michel Foucault y de Jacques Derrida, plantea una inversión casi copernicana, a partir de la idea de performatividad: la identidad sexual no es algo natural o dado, sino el resultado de prácticas discursivas y teatrales del género: “el género en sí mismo –escribirá Butler- es una ficción cultural, un efecto performativo de actos reiterados, sin un original ni una esencia”. Supongo que mi amiga estaría de acuerdo con estas líneas con las que Judith Butler comienza su libro “Lenguaje, poder e identidad”: “Cuando afirmamos haber sido heridos por el lenguaje, ¿qué clase de afirmación estamos haciendo? Atribuimos una agencia al lenguaje, un poder de herir, y nos presentamos como los objetos de esta trayectoria hiriente. Afirmamos que el lenguaje actúa, que actúa contra nosotros, y esta afirmación es a su vez una nueva instancia de lenguaje que trata de poner freno a la fuerza de la afirmación anterior. De este modo, ejercemos la fuerza del lenguaje incluso cuando intentamos contrarrestar su fuerza, atrapados en un enredo que ningún acto de censura puede deshacer”. Un enunciado performativo es aquel que al enunciarse realiza la acción que significa, o bien que implica la realización simultánea por el hablante de la acción evocada. Por ejemplo, “yo juro” sería un enunciado performativo. Siguiendo en parte las enseñanzas de J. L. Austin, Butler escribe: “Hacemos cosas con palabras, producimos efectos con el lenguaje, y hacemos cosas al lenguaje, pero también el lenguaje es aquello que hacemos. Lenguaje es el nombre de aquello que hacemos: al mismo tiempo “aquello” que hacemos (el nombre de una acción que llevamos a cabo de forma característica) y aquello que efectuamos, el acto y sus consecuencias”. En la Introducción a su libro, y bajo el título de “De la vulnerabilidad lingüística”, Butler cita la Conferencia que la escritora Toni Morrison pronunció con ocasión del Premio Nobel de Literatura de 1993. En esta Conferencia, Morrison escribe: “El lenguaje opresivo hace algo más que representar la violencia; es violencia”. Morrison narra, en esta Conferencia, una parábola en la que el lenguaje mismo es imaginado como una “cosa viviente”. Esta figura no sería falsa ni irreal, sino que indicaría un aspecto verdadero del lenguaje. En la parábola de Morrison, unos niños inician un juego cruel preguntando a una mujer ciega si el pájaro que guardan en sus manos está vivo o muerto. La ciega responde negando y desplazando la pregunta: “No sé, lo que sé es que está en tus manos”. Morrison decide interpretar la mujer de la parábola como una escritora experimentada, y el pájaro, como el lenguaje, intentando hacer una conjetura acerca de cómo esta escritora consumada piensa el lenguaje: “Ella piensa el lenguaje en parte como un sistema, y en parte como un ser vivo sobre el que uno tiene control, pero sobre todo como agencia –como un acto con consecuencias-. Por tanto, la pregunta que le hacen lo niños, ‘¿está vivo o muerto?’, no es irreal, puesto que la escritora piensa el lenguaje como algo susceptible de morir, de ser borrado”. Morrison usa la figura de la conjetura del mismo modo que lo hace la escritora consumada de su relato. Morrison se interroga sobre el lenguaje y sobre las posibilidades que el lenguaje tiene de hacer conjeturas y describe la “realidad” de este marco figurado sin salirse del mismo. La mujer piensa el lenguaje como algo viviente: Morrison representa con este acto de sustitución el símil a través del cual él es imaginado como vida. La “vida” del lenguaje es así ejemplificada a través de la puesta en escena de este símil. Pero ¿de qué tipo de puesta en escena se trata? Confieso que este es mi primer acercamiento a la obra de Judith Butler, aunque estoy convencido de que no será el último. Intentar resumir aquí todo lo que Butler expone en su libro sería imposible; se necesitaría un espacio más amplio para poder resumir todos los argumentos brillantes que Butler nos narra. Creo de suma importancia conocer los textos filosóficos más cercanos a nuestro tiempo, porque creo que nuestro tiempo necesita ideas nuevas, y nuevos conceptos, para poder ser correctamente interpretado. Evidentemente, esto no implica que desatendamos la lectura, y comprensión, de toda la Historia de la Filosofía. Lo que no tengo tan claro es que dispongamos de tiempo suficiente para esta maravillosa aventura.

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