viernes, 10 de marzo de 2017

SABOR DE BARRIO

Desde hace más de cincuenta años vivo en un barrio obrero. El barrio, a lo largo de todos estos años, ha ido transformando sus precarias estructuras, mejorando en infraestructuras y en modos de vida. Actualmente, tengo numerosos vecinos latinoamericanos (ecuatorianos, sobre todo) que han poblado los viejos edificios de cal blanca, ya gastados, y necesitados de urgentes reformas, con su música y su vieja manera de entender el universo. Cada mañana, ahora que ya el sol incipiente de la primavera golpea las paredes e inunda de luz, y de alegría, los rostros sorprendidos de los que se asoman a las ventanas, las notas de salsa, bachata, ballenato, y sonidos en general del continente americano, hace que movamos el cuerpo, y la imaginación, incluso aquellos que nunca aprendimos a bailar, y que nunca hemos entendido qué consigue la gente con esa extraña vitamina que le dan a su organismo, con esa unión de los sexos que, por ejemplo en el tango, se arraciman y se aprietan en un juego sexual, y descarnado, de consecuencias imprevisibles. La frutería más cercana a mi casa está regentada por inmigrantes marroquíes. En esta frutería no hace mucho que conocí a Assia, una mujer inexplicablemente hermosa, oculta bajo un oscuro hiyab y un vestido de vuelo ancho con el que también intentaba ocultar su cuerpo, y que consiguió que escribiera un poema sobre la belleza que, hasta este preciso momento, he preferido mantener a escondidas. “Quien busca la belleza en la verdad –escribió Egon Schiele- es un pensador; quien busca la verdad en la belleza es un artista”. Y bueno, yo intenté entonces encontrar la verdad como un artista, y le escribí a Assia, la dependiente marroquí de mi barrio obrero, esto que ahora escribo: “Hoy he visto a la belleza. Me la he encontrado de frente despachando en un comercio del barrio obrero donde vivo; llevaba los cabellos ocultos bajo un hiyab musulmán, los ojos negros ardientes como agujas afiladas, los labios rojos intensos como fresas maduras, la piel tersa y velada como terciopelo dorado, el cuerpo completamente escondido bajo un largo y holgado vestido azabache. No sé si tapaba sus cabellos por decisión propia, por creencias religiosas o por presiones de la familia; no sé su nombre, ni su lugar de procedencia, ni si habla siquiera mi idioma y puede entender lo que le digo. Imagino su cuerpo desnudo bañado por aguas transparentes, los pechos turgentes y duros buscando caricias delicadas, los muslos tensos y fuertes arrastrándose en la tierra, el sexo cerrado y oscuro esperando la llamada del deseo. Si yo fuera el poeta Hazim al-Qartayanni jugaría a describirla de arriba a abajo; diría de ella que es una luna sobre una rama, sobre un montón de arena; o que es un montón de arena sobre el cual se yergue una rama, sobre la cual luce una luna entre tinieblas; pero yo sólo soy un aprendiz de poeta que ha descubierto de nuevo la belleza en una mujer extranjera, y que no encuentra palabras mejores para ofrecerle el amor que demanda y la libertad de la vida que merece”. Lamentablemente, mi barrio se ha hecho famoso en toda España debido a unas lamentables declaraciones de su Alcalde, que consideró a las mujeres feministas en términos tan despreciables que no voy a perder ni un minuto en detallarlas aquí, en este blog que pretende ser un laboratorio de causas alternativas y visiones diferentes de la experiencia, muy alejadas de las que representa este talibán ultracatólico que debe ser urgentemente desalojado de las instituciones democráticas.
“Sabor de Barrio, tesoro antiguo”, cantaba Gato Pérez, aquel argentino extraordinario que recaló en la década de los 80’ en las costas de Barcelona y que mezcló magistralmente sus ritmos del Río de la Plata con la rumba catalana, y que tan acertadas reflexiones hacía sobre una fiesta que aún se niega a desaparecer del todo de la capital catalana. Ahora, la música latina de mi barrio obrero se deshace en espirales de solidaridad alrededor de los cipreses que se alzan orgullosos hacia el cielo, un cielo azul y sin nubes, indicándonos el camino que, sin duda, seguiremos tarde o temprano al final de nuestras vidas. Pero, como indica la lápida que guarda el secreto de Jorge Luis Borges, en el cementerio de Ginebra, escrita en inglés antiguo, al cuidado de esos guerreros escandinavos que tanto gustaban al argentino, “no hay que tener miedo”. “Las cosas son su porvenir de polvo”, escribió también Borges, recordándonos que sólo somos polvo, polvo pasado y futuro, polvo en la tierra o el cielo, y que el polvo nos acogerá al final del camino, al final de nuestros días, y que ahora debemos seguir disfrutando de esta extraña vida, en nuestro querido barrio obrero, en nuestro paraíso privado, en nuestro esfuerzo diario de polvo y de vida.

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