lunes, 27 de marzo de 2017

DANCING IN THE STREETS

Me gusta bailar cuando me quedo a solas; bailo obsesivamente, hasta la extenuación, La Niña Frank, esa fantástica misa negra compuesta por los camaradas de Gabinete Caligari. Bailo encerrado en mi habitación, sin que nadie me vea; me moriría de vergüenza si alguien llegara a verme, me moriría seguro. Bailo preferentemente a oscuras, en mi habitación o en la habitación de las muñecas, detrás de la pared. Y bailo también a Amy Winehause, Rehab, Back to Black, el mejor Soul de todos los tiempos. Cuando yo era un crio bailaba Pogo, esa danza ritual de los jóvenes punks de la década de los 80’ del siglo pasado. Completamente hastiado de anfetaminas, en la estrecha pradera metálica del Rock Ola, el templo dorado de las causas perdidas, chocaba violentamente mis hombros contra los hombros de aquellos compañeros de fatigas que, como Peter Pan, compartían conmigo ese terrible miedo a crecer que nos convertía en bobos maniáticos de la drogadicción y de la danza negra. Allá por 2005, en los magníficos descampados del Parque de la Paz, mi ex, completamente aburrida de que yo perdiera mi tiempo dedicado en exclusiva al estudio de Ludwig Wittgenstein, o celosa de que yo me carteara con mujeres de todo el planeta haciéndole un vacío que, más tarde, me costaría caro, me dijo que tenía decidido apuntarse a Bailes de Salón. Y bueno, me dije, no está mal; a mí no me pareció mal del todo; que se apuntase a Bailes de Salón estaba bien, así emplearía su tiempo en algo creativo, pensé, y estaría más entretenida. Lo que pasó más tarde es algo que no estaba previsto ni en mis mejores previsiones. Bailando, mi ex sufrió un renacimiento personal de dimensiones inauditas, una explosión juvenil de sangre y cuerpo que hizo que se volviera loca del todo, divertidamente loca, magníficamente loca para la danza, y para la vida. Todo fue bien, creo pensar ahora, hasta que un día mi ex decidió ajustarse en un traje de faralaes y decidió ponerse a bailar sevillanas, sin llegar a comprender muy bien qué diablos significaba aquello para mí. Había sido Carlos Cano, hacía ya mucho tiempo, desde la hermosa vega granaina, quien había denunciado esa extraña manía que pijas, magistradas, banqueras y diputadas de toda laya y condición, desde todos los puntos de la puta España, habían sentido de pronto, y que les había llevado a convertir algo verdaderamente serio en una ridícula imitación o una burda copia. Carlos lo explicaba de esta manera: “Con un fondo de guitarras y un repique de palillos, sigue cantando sus penas esta tierra en que nací. Ahora son las sevillanas entre falsas alegrías las que vende Andalucía de Nueva York a París. Y vienen para aprenderlas, más serios que magistraos, banqueros y diputaos, señoritos de postín, acuden a la academia queriendo sacar la gracia lo mismito que se saca el carné de conducir. Y entre sombras y luces de Andalucía, tó el papel de la gracia se la vendía. Cómo luce y reluce, ¡viva Madrid!, a bailar sevillanas de Chamberí y a correrse una juerga en la feria de abril”. Un terrible día, de infausto recuerdo, acompañé a mi ex hasta la casa de su profesora de sevillanas, donde habían quedado para tomar unas copas. Bueno, unas copas no, habían quedado para tomar “rebujito”, esa siniestra mezcla inventada por burgueses sevillanos que se presentaba ahora ante mí como un veneno sádico y maldito. Pero, siendo lo del rebujito ciertamente preocupante, no estuvo allí lo peor de la velada. En un momento de desconcierto, los allí presentes, para mi asombro, enchufaron la pantalla del televisor y se pusieron a ver, verdaderamente emocionados, video tras video de las Romerías de la Virgen del Rocío, venga faralaes, caballos y jinetes locos, iglesias blancas y tierra mojada, venga cagadas de caballos y moscas, muchas moscas, enamorados de una tradición suicida en los mismos albores del siglo XXI. Creo que allí se acabó todo, que si mi ex se dedicaba a todo aquello es que algo se había roto para siempre; el tiempo se encargó de confirmar mis sospechas. En su imprescindible “La Facción Caníbal. Historia del Vandalismo Ilustrado” (La Felguera Ediciones), cuenta Servando Rocha la irrupción en la escena estadounidense de “Dancing in the streets”, aquel éxito del grupo de Soul Martha and the Vandellas. El texto de este magnífico tema da buena cuenta de qué entiendo yo por bailar, por bailar texto, por bailar vida, y por menear nuestro inefable cuerpo. Gritando por todo el mundo ¿Estáis preparados para un nuevo ritmo? El verano ha llegado y es el momento De bailar en la calle También abajo, en Nueva Orleans, Y arriba, en Nueva York, Sólo necesitamos música, música dulce Habrá música en todas partes Habrá ritmo, movimiento y discos sonando Bailando en la calle Oh, no importa lo que lleves puesto Siempre y cuando estés allí Así que vamos, agarra a una chica En todos los rincones del mundo Habrá baile Bailando en la calle Es una invitación a toda la nación Una invitación para que los amigos se reúnan Habrá risas, canciones y ritmo Bailando en la calle Filadelfia, PA Baltimore y DC ahora No podemos olvidar a la ciudad del motor Todo lo que necesitamos es música, música dulce Habrá música en todas partes Habrá swing, bailes, discos sonando Bailando en la calle Bailar Bailando en la calle Camino de Los Ángeles Todos los días
Servando Rocha nos cuenta algunas cosas sobre esta excelente canción: “La canción, escrita por Marvin Gaye y editada en 1964, se convirtió en el himno de la revuelta de Watts que estalló tan sólo un año después en Los Ángeles. Muchos años después, David Bowie hizo una versión de aquella canción, pero incluyó algunos puntos calientes del mapa mundial. Junto a las ciudades americanas, aparecía la Unión Soviética o China. Hasta allí, pensó Bowie, se debía llevar el baile salvaje a la llamada a una insurrección total”. Y, sí, para mí el baile ha sido siempre esto: insurrección total, insurrección de toda las parcelas de nuestra espantosa vida, siempre, como diría el gran Cortázar, en lucha permanente contra “la gran costumbre”. En 2009, en la víspera de mi primera participación en la Tertulia de Filosofía que, por aquel entonces, se reunía en el ahora desparecido Café Comercial, en la madrileña Glorieta de Bilbao, recibí un enigmático mensaje de mi amada abogada porteña; también ésta, aburrida de mis adicciones y obsesiones, de ese impulso inexplicable que me hacía citar continuamente a Wittgenstein, que me hacía comportarme como el filósofo austriaco, que me abocaba a pensar las cosas de la vida como él las había pensado (y no como yo debía de pensarlas), decidía romper conmigo y me mostraba su irrenunciable inclinación por el baile: “Yo sólo quiero bailar”, me decía en aquel mensaje. Y, entonces, se rompieron los espejos, y todo quedó a oscuras como en un maldito, e inconmensurable, fundido en negro. Querida Marijó. Si llegas a leer esto quiero que sepas que me encantaría echarme un bailecito contigo. Y, después, volver contigo al Cementerio de La Recoleta a fotografiar a los angelitos que sobrevuelan sobre las tumbas. Y, quizás allí, bailar como un loco “Y bailaré sobre tu tumba”, de los gallegos Siniestro Total, en esa tierra extraña donde a los españoles nos llaman “gallegos”, como si todos hubiéramos nacido en Vilagarcía de Arousa.

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