viernes, 31 de marzo de 2017

ARREBATO

Mi psiquiatra estaba verdaderamente desesperada. Habían pasado ya años de mi tratamiento psiquiátrico, pero yo no mejoraba; seguía depre, envuelto en nubes oscuras que amenazaban siempre con tormenta, con descargar lluvia ácida cuando uno menos lo esperaba. Y fue entonces cuando mi psiquiatra tomó una decisión ciertamente inesperada; mi psiquiatra decidía mandarme a un Hospital Psiquiátrico, al primer Hospital Psiquiátrico que yo iba a pisar en mi extraña vida. El Hospital escogido para tratar que yo mejorara en mi ánimo negro fue el Hospital Psiquiátrico de Leganés; de aquella extraordinaria experiencia guardo entrañables recuerdos, momentos de amistad inexpugnable compartidos con locos magníficos, con hombres y mujeres que buscaban desesperadamente dar sentido a sus extraordinarias y extrañas vidas, experiencias extremas de una vida que cobra sentido en los lugares más fronterizos y más extraordinarios. Pasé un largo año en el Hospital Psiquiátrico de Leganés; estuve allí en régimen abierto, pasaba las horas de la mañana en divertidas e interesantes actividades, comía allí en compañía de mis amigos locos y, a eso de las cinco de la tarde, volvía a casa. Una de las actividades más divertidas e interesantes se celebraba los jueves; los pacientes elegían una película de su colección de películas de video y ésta se compartía en una de las salas de cine más maravillosas a la que haya asistido nunca. Recuerdo que, cuando me tocó el turno de elegir película, tuve que decidir entre varios films que yo consideraba imprescindibles en mi educación cinematográfica. Después de hacer los descartes oportunos, dos películas quedaron para la decisión final: “Qué bello es vivir”, de Frank Capra, y “Arrebato”, de Iván Zulueta. Quizás yo tendría que haber elegido la película de Capra, porque quizás mis amigos locos, viendo este maravilloso film, hubieran comprendido que merece la pena aferrase a la vida, que esta puta vida es lo mejor que tenemos y que hayamos tenido nunca. Pero, no sé bien por qué, yo decidí al final proyectar el film de Iván Zulueta.
“Arrebato” es el segundo largometraje del realizador Iván Zulueta. Es una película de carácter vanguardista, tanto en la forma como en su contenido. Se estrena en el contexto de la movida madrileña y, pese a su éxito, permanece en la sombra durante la década de los 90’, hasta su reestreno en 2002 y su reedición en DVD. En el film, José Sirgado (Eusebio Poncela), director de películas de Serie B, está en crisis creativa y personal. No es capaz de consolidar su ruptura con Ana (Cecilia Roth) y además recibe noticias de un inquietante conocido (Will More), adicto a filmar en Super 8 y obsesionado en descubrir la esencia del cine. Cuenta la leyenda que, pese a la presencia de Eusebio Poncela, Cecilia Roth, Marta Fernández Muro y una estrella oscura de la noche madrileña conocida como Will More, “Arrebato” no funcionó en taquilla. Zulueta desapareció, arrastrado por la adicción a la heroína y por un bloqueo emocional que terminó de estallar durante el rodaje. Pasado el tiempo Iván Zulueta confesó que había visto este largometraje sólo unas seis veces, porque le dolía demasiado. Cuando mis amigos locos terminaron de ver “Arrebato”, todos quedaron sumidos en un inexplicable silencio; si exceptuamos a mi buen amigo Juan Carlos (que era un amante del cine de Lars von Triers), ninguno de ellos había visto nunca una película como aquella que, a pesar del paso de los años, continuaba siendo un ejemplo magnífico de experimentación y creación al margen de las modas y de los cánones establecidos. Recuerdo que, cuando terminó la proyección de “Arrebato”, sólo se acercó hasta mí una de las psiquiatras del Hospital, una jovencísima psiquiatra vestida de negro, con un escote magnífico en el que se podían imaginar dos tetas poderosas y magníficas. “Ha sido estupendo –me dijo esta bella muchacha-; ha sido estupendo”.

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